Reseña: Pálido Fuego, de Vladímir Nabókov
¡Hola, daydreamers!
Después de unos meses caóticos en los que he dejado el blog en un segundo plano, por fin vuelvo, y esta vez lo hago con una reseña muy diferente a la anterior, pues se trata de un libro que está considerado como una de las mejores novelas del siglo XX y todo un exponente de la literatura posmoderna: Pálido Fuego, de Vladímir Nabókov.
Esta reseña va a ser más extensa y analítica que el resto de reseñas del blog (aunque caerán algunas de este tipo también), ya que en realidad es una reseña "reciclada y modificada", por decirlo de algún modo, aunque haya tenido que echarle bastante tiempo igualmente. Hace tiempo escogí Pálido Fuego para hacer un trabajo y exposición en la asignatura Principios de la Literatura Comparada, así que esta reseña es en realidad de una síntesis de aquel trabajo, revisada y reeditada. Aunque profundiza más en información que en otras reseñas no daría, he quitado todos los spoilers, y he reducido considerablemente el corpus total para no aburriros con temas demasiado específicos. Aún así algo de ello hay, pero espero que lo disfrutéis igualmente.
Vladímir Nabókov (22 de abril de 1899-2 de julio de 1977) fue un escritor ruso, nacionalizado estadounidense, nacido en San Petersburgo. Fue allí donde pasó su infancia y juventud como primogénito de una acomodada familia aristocrática, educándose en distintos idiomas, hasta que en el año 1919, a causa del bolchevismo, su familia decidió exiliarse, asentándose brevemente en distintos países de Europa.
Durante su estancia en Inglaterra, Nabókov ingresó en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde a pesar del trágico asesinato de su padre, estudió Zoología, Eslavo y Lenguas Románicas. En 1940, huyendo de una Segunda Guerra Mundial que años más tarde provocaría la muerte de su hermano en un campo de concentración, Nabókov emigró a los Estados Unidos, donde abandonaría la lengua rusa para centrarse en su producción en inglés.
La fama y notoriedad en el mundo de la literatura le llegaría con Lolita (1955) y Pnin (1957), dos de sus grandes obras, pero gracias a Pálido Fuego (1962) y Ada o el Ardor (1969) se granjearía un lugar entre los grandes novelistas del siglo XX.
Después de unos meses caóticos en los que he dejado el blog en un segundo plano, por fin vuelvo, y esta vez lo hago con una reseña muy diferente a la anterior, pues se trata de un libro que está considerado como una de las mejores novelas del siglo XX y todo un exponente de la literatura posmoderna: Pálido Fuego, de Vladímir Nabókov.
Esta reseña va a ser más extensa y analítica que el resto de reseñas del blog (aunque caerán algunas de este tipo también), ya que en realidad es una reseña "reciclada y modificada", por decirlo de algún modo, aunque haya tenido que echarle bastante tiempo igualmente. Hace tiempo escogí Pálido Fuego para hacer un trabajo y exposición en la asignatura Principios de la Literatura Comparada, así que esta reseña es en realidad de una síntesis de aquel trabajo, revisada y reeditada. Aunque profundiza más en información que en otras reseñas no daría, he quitado todos los spoilers, y he reducido considerablemente el corpus total para no aburriros con temas demasiado específicos. Aún así algo de ello hay, pero espero que lo disfrutéis igualmente.
Vladímir Nabókov (22 de abril de 1899-2 de julio de 1977) fue un escritor ruso, nacionalizado estadounidense, nacido en San Petersburgo. Fue allí donde pasó su infancia y juventud como primogénito de una acomodada familia aristocrática, educándose en distintos idiomas, hasta que en el año 1919, a causa del bolchevismo, su familia decidió exiliarse, asentándose brevemente en distintos países de Europa.
Durante su estancia en Inglaterra, Nabókov ingresó en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde a pesar del trágico asesinato de su padre, estudió Zoología, Eslavo y Lenguas Románicas. En 1940, huyendo de una Segunda Guerra Mundial que años más tarde provocaría la muerte de su hermano en un campo de concentración, Nabókov emigró a los Estados Unidos, donde abandonaría la lengua rusa para centrarse en su producción en inglés.
La fama y notoriedad en el mundo de la literatura le llegaría con Lolita (1955) y Pnin (1957), dos de sus grandes obras, pero gracias a Pálido Fuego (1962) y Ada o el Ardor (1969) se granjearía un lugar entre los grandes novelistas del siglo XX.
FICHA TÉCNICA
Titulo: Pálido Fuego.
Serie: novela autoconclusiva.
Autora: Vladímir Nabókov.
Editorial: Anagrama.
Encuadernación: tapa blanda.
Nº de páginas: 320.
ISBN: 9788433920607.
Colección Compactos de Anagrama aquí.
Nos hallamos ante una obra maestra, una novela originalísima, desconcertante y diabólicamente divertida, que figura entre las preferidas de su propio autor y en la que refulge, de forma inigualable, su alambicada ironía y su mortífero humor.
"Pálido fuego" se presenta como la edición póstuma de un largo poema escrito por John Shade, gloria de las letras norteamericanas, poco antes de ser asesinado. En efecto, la novela consta del susodicho poema, más un prólogo, un voluminosísimo corpus de notas y un índice comentado del editor, el profesor Charles Kinbote. A través de sus prolijos y entrometidos comentarios sobre el poema, sobre su amistad con Shade los meses anteriores a su muerte, y sobre el lejano reino de Zembla, que tan precipitadamente tuvo que abandonar, Kinbote va trazando un hilarante autorretrato, en el que acaba por delatarse como un individuo intolerante y altivo, excéntrico y perverso, un auténtico y peligroso chiflado. En este sentido, podría decirse que "Pálido fuego" es también una novela de intriga, en la que al lector se le invita a tomar el papel de detective.
"Pálido fuego" se presenta como la edición póstuma de un largo poema escrito por John Shade, gloria de las letras norteamericanas, poco antes de ser asesinado. En efecto, la novela consta del susodicho poema, más un prólogo, un voluminosísimo corpus de notas y un índice comentado del editor, el profesor Charles Kinbote. A través de sus prolijos y entrometidos comentarios sobre el poema, sobre su amistad con Shade los meses anteriores a su muerte, y sobre el lejano reino de Zembla, que tan precipitadamente tuvo que abandonar, Kinbote va trazando un hilarante autorretrato, en el que acaba por delatarse como un individuo intolerante y altivo, excéntrico y perverso, un auténtico y peligroso chiflado. En este sentido, podría decirse que "Pálido fuego" es también una novela de intriga, en la que al lector se le invita a tomar el papel de detective.
Pálido Fuego no iba a ser la excepción.
Nabokov publicó Pálido Fuego en 1962, a la edad de sesenta y tres años, cuando ya tenía a sus espaldas una amplia y reputada carrera tanto en su idioma natal, el ruso, como en su producción en inglés. Entre muchas otras son especialmente reconocidas sus novelas Lolita o Pnin, que ya he mencionado previamente en la breve biografía, y que fueron las que le otorgaron un gran prestigio en el mundo literario. Cuando hablamos de Pálido Fuego no sólo hablamos de una buena novela, sino que en ella encontramos una de las grandes obras del siglo XX, donde el mismo Nabókov se lleva a sí mismo a límites insospechados haciendo, nuevamente, gala del ingenio ya mostrado anteriormente en su obra. Una novela excepcional que Harold Bloom, crítico y teórico literario autor de "El cannon occidental", califica de tour de force y Brian Boyd, experto en la vida y obra de Nabókov, como la más perfecta de sus novelas. Nominada a National Book Award for Fiction en 1963, no ganó el premio, no obstante se convirtió en la Número 1 de Grandes éxitos del siglo XX: 100 libros de ficción en idioma inglés, de Larry McCaffery, y en el puesto número 53 de las 100 mejores novelas de la Modern Library.
Pálido Fuego es una novela posmoderna de metaficción que nos presenta un formato libro dentro de un libro, y dentro del mismo, una forma para nada convencional de estructurarlo. En el arco argumental, "Pálido Fuego" es el título de un poema póstumo en pareados decasílabos, de novecientos noventa y nueve versos organizados en cuatro cantos, que el poeta ficticio John Shade escribió durante los últimos veinte días de su vida, antes de ser asesinado, y que cuenta con un prólogo y amplio comentario de Charles Kimbote, un académico que se revela a sí mismo como vecino y amigo del autor.
En lo concerniente al poema de Shade, a veces es difícil de asimilar, pues tiene un carácter muy retrospectivo; relata su vida y pensamientos más íntimos en una obra llena de digresiones que a veces parecen llevar a ninguna parte, pero llevan. Como se va viendo en el desarrollo de su obra, las observaciones y divagaciones del poeta se van enlazando lentamente, y encajando sus piezas como lo haría un puzle. Visto así, tenemos que reflexionar sobre cada canto de forma separada, no sin ello olvidar que forma parte de algo más grande. Es decir, debemos ver qué temas y aspectos nos revela el autor con cada canto, y como estos son precedentes, semillas, impulsores de otros que se verán después, formando así los cuatro cantos una única historia con partes y evolución bien definidas.
Desde que empieza el poema, en el breve canto primero, ya podemos vislumbrar la naturaleza observadora y reflexiva de John Shade. Un hombre en cuyos escritos juega con la realidad y lo que no es real, en un baile de ilusiones y ensoñaciones, y que nos relata su entorno con una belleza exquisita y una pluma sublime. Nabókov usa a Shade de una forma magistral para adentrarnos en un arte: el de grabar en la mente las imágenes que vemos con nuestros propios ojos. Evoca esa forma que tiene de trabajar la mente, esa fotografía mental que a veces solemos hacer poniendo a trabajar juntos el recuerdo de lo visto y la imaginación de manera que, cuando se cierren los ojos, la imagen siga ahí, tan nítida como si nunca los hubiéramos cerrado.
En este canto John nos pone en situación y narra los escenarios que forman parte de su vida, en una especie de vorágine de recuerdos que no siempre se entrelazan entre sí de la forma más coherente, contrastando recuerdos simples como la descripción de su casa con otros de naturaleza más emocional como la muerte de sus padres cuando era pequeño y como fue su estrafalaria tía Maud quien lo crió. Este será el primer pensamiento —si no aludimos a cierto picotero asesinado— que Shade dedica a la muerte en su obra, una vieja amiga que le rondará no pocas veces a lo largo de su vida.
Otro tema que también destaca en este canto es el de las creencias. Al ser el primer canto, Shade mantiene una postura ante ellas que irá evolucionando y cambiando a lo largo del poema, pues en un principio no hace especial caso a ellas, pareciéndoles poco certeros los fundamentos en los que se sostienen. Todavía la vida no le ha puestos esas trabas que, cantos más tarde, le animarán a creer en algo más. una falsa libertad, condenadamente hermosa, que nos hace creer que somos libres cuando en realidad estamos atrapados.
Se nos presenta aquí a otros personajes aparte del propio Shade y Charles Kimbote; las personas importantes en la vida de John Shade y su relación con ellas. Conocemos así a Sybil (a la que él alude como su Vanessa, su mariposa), su esposa y eterno amor, a través de los ojos de Shade, que nos detalla cómo se enamoraron, cómo la ve, y qué le enamora de ella cada día que pasa a su lado. De una manera preciosa nos transmite todo el amor que siente por su mujer, que si bien resulta algo más sigiloso en otros cantos, se marca con especial atención y extensión en este. Mediante breves conversaciones entre el matrimonio conocemos también a la hija de ambos, Hazel. Hazel Shade se nos insinúa como una chica nada agraciada desde bien pequeñita, y aunque queda claro que sus padres se ven compensados por sus virtudes en lugar de algo tan superficial como la belleza física, los prejuicios y la crueldad de la gente marcarán el carácter abstraído de Hazel y la desdicha de su vida.
Nabókov nos introduce, mediante suaves pinceladas, en la vida cotidiana de Shade con ambas para, hacia la parte final del canto, mostrarnos el culmen de todos los eventos anteriores que de alguna u otra forma llevan a un inesperado desenlace. Lo hace con una insoportable tensión que nos lleva a adelantarnos a los acontecimientos, haciendo uso de un inteligente ritmo entre dos narraciones paralelas que ocurren al mismo tiempo en diferentes lugares. Finaliza con unos tristes y desoladores versos que marcarán un punto de inflexión en la historia de Shade.
Y es ese punto de inflexión el que hace del tercer canto una montaña rusa de sentimientos, emociones y pensamientos. Sin duda mi favorito de los cuatro cantos del poema, y en el que vemos una retrospección y reflexión sobre qué es la vida y qué significa, a pequeños y grandes rasgos, ahondando en temas como el inevitable olvido, la aceptación de una vida que no se para a esperarte y sigue adelante, y la búsqueda de la esperanza en alguna parte.
Importante es después su segunda divagación sobre la vida después de la muerte y su intención férrea de rechazarla, a menos que en ella encuentre el sentido que encontraba en vida. Pone de manifiesto sus dudas y también temores de que si existe no sea el paraíso prometido, que no encuentre allí lo que le hacía feliz aquí. El tiempo pasa y la vida sigue, pero no es suficiente para Shade hasta que cierto hecho que no desvelaré supone, de nuevo, otro punto a marcar; el evento trascendental que hace que Shade vislumbre una pequeña esperanza y que la persiga, que la busque hasta dar con ella a pesar de los momentos en los que el poeta casi tiró la toalla, y que aferre a ella con todas sus fuerzas.
Y no hay nada más humano que aferrarse a una esperanza por mínima, difusa o inestable que esta sea, cuando la vida no nos parece lo suficiente o cuando pasamos por un momento especialmente duro en ella. Ya esa esperanza resida en una vida después de la muerte o en la ausencia de pesadumbre, algo tan fundamental en algunas religiones —y un tema un tanto delicado en el que no entraré en debate aquí, pues tengo demasiadas opiniones confusas y contradictorias respecto a ello— y que enlaza con las dudas que Shade relataba al principio del canto, sobre si encontraría en ese Hereafter algo que realmente mereciera la pena. Y como se puede constatar en la última estrofa de este penúltimo canto, una que me encanta, es algo que él tiene la absoluta certeza de haber encontrado.
Sin dejar atrás el carácter retrospectivo que lo caracteriza, esta vez el poeta que lleva dentro sale a flote más que nunca y nos centra en los pequeños detalles de la composición de obras y poemas, hablándonos de la creatividad y cómo se deja embargar por la inspiración que le sigue a todas partes. Se deja notar el paso del tiempo al exponernos Shade los estragos de este y la vejez sobre su piel, mientras sigue deleitándose con su obra y evocando siempre en esta la juventud a través de su esposa Sybil, que es la que lo mantiene joven por dentro. Pero sobre todo es este canto una pequeña declaración de intenciones por parte del poeta, que empieza a entender una parte de su existencia a través de su obra.
Y yo no podría estar más de acuerdo, ya que creo que cada escritor pone un pedazo de él mismo (y sus experiencias, sus sueños, sus pensamientos, sus preocupaciones) en lo que escribe; vierte su esencia en el papel en blanco. Vemos su completa aceptación y comunión con la vida tal como es ahora, con esa seguridad tal como que se despertará la mañana del 22 de julio de 1959, incluso cuando, paradójicamente, es ese el último día de su vida. El poema finaliza con Shade admirando a su esposa Sybil, su Vanessa, su mariposa, como podemos ver que es para él una de sus mejores costumbres.
Es muy importante la alusión al título del poema en este último canto, y algo a destacar. Pálido Fuego es tomado de un pasaje de la obra de Shakespeare El timón de Atenas: "la Luna es una ladrona errante/ roba del Sol su pálido fuego". Una frase que normalmente se relaciona a la creatividad y la inspiración, pero en la que se puede ahondar ya que "robamos" la inspiración de las cosas que nos rodean, al igual que podemos decir que los escritores, tanto Nabókov como otros, se inspiran los unos en los otros y en sus precedentes. Podemos decir que los escritores "roban" de otros escritores, beben de lo anterior a ellos, de sus inspiraciones e ideas. Podemos decir que el sol es la literatura, y que la luna es el escritor que roba de él un poco de su fuego.
Se puede ir más allá y decir que Shade, como se ve en sus observaciones del mundo y todas sus digresiones, formaba parte de algo mucho más grande. Esas alusiones a la muerte, a la vida tras ella, la búsqueda de la verdad, saber cosas que uno no puede saber, querer más. Esas cosas que, como la fontana blanca, no era del todo capaz de comprender. Estamos todos en un universo de cosas que sí entendemos (o parece que entendemos) entre otras muchas que no. Podemos entender el sol como ese algo más grande del que todos formamos parte, mas no podemos ver más allá de su luz cegadora. Y Shade, al igual que todos nosotros, sólo percibe de ese sol su pálido fuego; al igual que de ese cuadro enorme, ese algo más grande que es la realidad y la vida en sí mismas, sólo se puede entender y tomar ciertas cosas, pero no todas.
Es cuando acaba el poema de John Shade que el libro da un giro desconcertante y radical que el lector no espera. Nos encontramos entonces con el extenso comentario de Charles Kinbote y vemos, de forma chocante y con cierta exasperación (al menos por la parte que me toca), cómo el académico amigo de Shade lejos de explicar o analizar pormenorizadamente el poema de su difunto vecino, se nos va por las ramas sin ningún tipo de vacilación.
Al principio su comportamiento resulta cuando menos curioso, pues empieza a relatarnos de forma completamente aleatoria e incoherente hechos y cosas de carácter trivial que nada que ver con el comentario que debería estar redactando, como la extensa descripción de su casa o sus historias sobre Zembla, su tierra natal. Poco tardamos en comprender que la actitud de este hombre frente al análisis del poema de Shade es todo menos académico y analítico, mucho menos crítico.
No me quiero extender demasiado en esta parte para no hacer demasiados spoilers, pero medida que avanza la novela iremos viendo el comportamiento obsesivo de Kinbote, que se cree así mismo la fuente de inspiración de Shade, y poco a poco Zembla irá adquiriendo peso hasta convertirse en el núcleo de todo comentario que Kinbote haga de ahora en adelante. Lo que empezó como leves pinceladas sobre el lugar del que era originario, pronto se convierte en una intrincada trama sobre el país que nos lleva a darnos cuenta que Kinbote ha convertido el comentario crítico en una fantasiosa autobiografía con bases no muy fidedignas.
La narración de la novela de Nabókov crea bastante controversia en cuanto a la fiabilidad del narrador, pues este hace dudar de todo cuanto se ha leído en la novela, cuestionándote qué es real y qué no lo es hasta este punto. Si tomamos el camino fácil, podemos suponer tal como nos dice la premisa de la novela, que Shade y Kinbote son dos personas diferentes y, como dice el argumento, que Shade escribió un poema que luego sería comentado (con muy poco rigor) por Kinbote. Pero, dado que la estabilidad mental de Charles Kinbote queda en entredicho por razones obvias, podríamos imaginar que sufre algún tipo de trastorno de la personalidad (trastorno de identidad disociativo o personalidad múltiple) y asumir también que él es el único narrador de Pálido Fuego y que Shade es sólo una invención de su mente, o al revés (aquí se abre la veda de los shadeans o kinboteans, y sí, existe esto, no es un team X vs. team Z que me acabo de inventar). Varias interpretaciones se pueden hacer sobre Kinbote, entre las que se le puede relacionar como un alter ego del personaje del profesor Botkin (entrando en esos juegos de palabras tan propios de Nabókov: Botkin/Kinbote, prácticamente un anagrama), al igual que también es Botkin un alter ego para Vladímir Nabókov. Entre tantas otras interpretaciones, lo que está claro es que el debate sigue hasta día de hoy.
Desde la infancia mi libro de imágenes fueEs en el canto segundo cuando John Shade empieza a pensar más profundamente sobre la muerte, y los primeros versos del canto comienzan ya con las primeras divagaciones reales sobre la vida después de la muerte. Aunque ya en el primer canto podíamos ver ciertas alusiones a la muerte, aquí Shade se adentra más y reflexiona sobre el conocimiento de la posible existencia de una vida tras el fallecimiento, de la que él cree ser el único que no posee conocimiento. Es ese desconocimiento el que le lleva a cuestionarse la cordura de las personas, precisamente, porque no entiende cómo alguien podría vivir con ese desconocimiento, vivir en ignorancia absoluta respecto a tamaña cuestión.
el pergamino pintado que tapiza nuestra jaula:
anillos morados alrededor de la luna; un sol naranja sanguina;
el iris doble, y ese raro fenómeno,
la irídula —cuando, extraña y magnífica,
en un cielo brillante, sobre una cadena montañosa,
una nubécula ópalo de forma oval
refleja el arco iris de una tormenta
montada en un valle distante—,
pues estamos muy artísticamente enjaulados
Se nos presenta aquí a otros personajes aparte del propio Shade y Charles Kimbote; las personas importantes en la vida de John Shade y su relación con ellas. Conocemos así a Sybil (a la que él alude como su Vanessa, su mariposa), su esposa y eterno amor, a través de los ojos de Shade, que nos detalla cómo se enamoraron, cómo la ve, y qué le enamora de ella cada día que pasa a su lado. De una manera preciosa nos transmite todo el amor que siente por su mujer, que si bien resulta algo más sigiloso en otros cantos, se marca con especial atención y extensión en este. Mediante breves conversaciones entre el matrimonio conocemos también a la hija de ambos, Hazel. Hazel Shade se nos insinúa como una chica nada agraciada desde bien pequeñita, y aunque queda claro que sus padres se ven compensados por sus virtudes en lugar de algo tan superficial como la belleza física, los prejuicios y la crueldad de la gente marcarán el carácter abstraído de Hazel y la desdicha de su vida.
Nabókov nos introduce, mediante suaves pinceladas, en la vida cotidiana de Shade con ambas para, hacia la parte final del canto, mostrarnos el culmen de todos los eventos anteriores que de alguna u otra forma llevan a un inesperado desenlace. Lo hace con una insoportable tensión que nos lleva a adelantarnos a los acontecimientos, haciendo uso de un inteligente ritmo entre dos narraciones paralelas que ocurren al mismo tiempo en diferentes lugares. Finaliza con unos tristes y desoladores versos que marcarán un punto de inflexión en la historia de Shade.
Y es ese punto de inflexión el que hace del tercer canto una montaña rusa de sentimientos, emociones y pensamientos. Sin duda mi favorito de los cuatro cantos del poema, y en el que vemos una retrospección y reflexión sobre qué es la vida y qué significa, a pequeños y grandes rasgos, ahondando en temas como el inevitable olvido, la aceptación de una vida que no se para a esperarte y sigue adelante, y la búsqueda de la esperanza en alguna parte.
Mientras volvía a casa reflexioné: ¿aceptar la sugestiónEl canto segundo dejó a John Shade en un momento crucial y fatídico de su vida que marcaría, irremediablemente, el resto de los cantos, sobre todo este. Vemos en él a un Shade apagado, más pesimista, que se remonta constantemente al tiempo pasado para recordar y revivir en su mente algunos de los momentos ya vividos. Y algo completamente inherente al recuerdo es la melancolía que desatan aquellos lejanos días, y que al principio de este canto llevan a Shade a reflexionar sobre el olvido, tan temido, pero igualmente inevitable en muchos sentidos. Nos hace con ello divagar sobre esta palabra tan amarga y definitiva, olvido, y en su reflexión podemos entrever que éste se impone a cada paso adelante que damos en el tiempo. Cuando el tiempo pasa cada día envejecemos más, cada día estamos un paso más cerca de morir y cuando lo hagamos, no dejaremos atrás sólo nuestros cuerpos inertes sino todo lo que fuimos y lo que hicimos, nuestras vidas. Las acciones que hoy llevamos a cabo con tanto esfuerzo o indecisión, mañana dejarán de importar, serán olvidadas y cuando pase mucho tiempo, también desaparecerán los nombres a los que alguna vez respondimos. Es ese olvido algo a lo que Shade teme más que a la misma muerte.
y dejar de investigar mi abismo?
Pero de pronto vi que allí estaba
la verdadera cuestión, el tema en contrapunto;
nada más que esto: no el texto sino la textura; no el sueño
sino la coincidencia invertida,
no el absurdo fútil sino una trama de sentido.
¡Sí! Bastaba que yo pudiera encontrar en la vida
algún vínculo laberíntico, una especie
de estructura concordante en el juego,
un arte plexiforme y algo del mismo
placer que quienes lo jugaban encontraban.
Importante es después su segunda divagación sobre la vida después de la muerte y su intención férrea de rechazarla, a menos que en ella encuentre el sentido que encontraba en vida. Pone de manifiesto sus dudas y también temores de que si existe no sea el paraíso prometido, que no encuentre allí lo que le hacía feliz aquí. El tiempo pasa y la vida sigue, pero no es suficiente para Shade hasta que cierto hecho que no desvelaré supone, de nuevo, otro punto a marcar; el evento trascendental que hace que Shade vislumbre una pequeña esperanza y que la persiga, que la busque hasta dar con ella a pesar de los momentos en los que el poeta casi tiró la toalla, y que aferre a ella con todas sus fuerzas.
Y no hay nada más humano que aferrarse a una esperanza por mínima, difusa o inestable que esta sea, cuando la vida no nos parece lo suficiente o cuando pasamos por un momento especialmente duro en ella. Ya esa esperanza resida en una vida después de la muerte o en la ausencia de pesadumbre, algo tan fundamental en algunas religiones —y un tema un tanto delicado en el que no entraré en debate aquí, pues tengo demasiadas opiniones confusas y contradictorias respecto a ello— y que enlaza con las dudas que Shade relataba al principio del canto, sobre si encontraría en ese Hereafter algo que realmente mereciera la pena. Y como se puede constatar en la última estrofa de este penúltimo canto, una que me encanta, es algo que él tiene la absoluta certeza de haber encontrado.
Con el impermeable puesto entré en casa: Sybil, tengoEl cuarto canto empieza con un cambio radical en el comportamiento de John Shade. Podemos visualizarlo mucho más recuperado, menos taciturno, algo más relajado y alegre, y podemos sentir en él una fuerza y una vitalidad de la que carecía en el canto tercero. Mérito de la esperanza,vemos renovadas sus intenciones de buscar la verdad como nadie la ha buscado, de hacer cosas que otros no han podido hacer, demostrando mucha más de confianza en sí mismo y sus capacidades.
la firme convicción... "Querido, cierra la puerta.
¿Tuviste un buen viaje?" Espléndido... pero más aún,
he vuelto convencido de que puedo avanzar a tientas
hacia alguna... alguna... "¿Qué, querido?" Vaga esperanza.
Sin dejar atrás el carácter retrospectivo que lo caracteriza, esta vez el poeta que lleva dentro sale a flote más que nunca y nos centra en los pequeños detalles de la composición de obras y poemas, hablándonos de la creatividad y cómo se deja embargar por la inspiración que le sigue a todas partes. Se deja notar el paso del tiempo al exponernos Shade los estragos de este y la vejez sobre su piel, mientras sigue deleitándose con su obra y evocando siempre en esta la juventud a través de su esposa Sybil, que es la que lo mantiene joven por dentro. Pero sobre todo es este canto una pequeña declaración de intenciones por parte del poeta, que empieza a entender una parte de su existencia a través de su obra.
Y yo no podría estar más de acuerdo, ya que creo que cada escritor pone un pedazo de él mismo (y sus experiencias, sus sueños, sus pensamientos, sus preocupaciones) en lo que escribe; vierte su esencia en el papel en blanco. Vemos su completa aceptación y comunión con la vida tal como es ahora, con esa seguridad tal como que se despertará la mañana del 22 de julio de 1959, incluso cuando, paradójicamente, es ese el último día de su vida. El poema finaliza con Shade admirando a su esposa Sybil, su Vanessa, su mariposa, como podemos ver que es para él una de sus mejores costumbres.
Es muy importante la alusión al título del poema en este último canto, y algo a destacar. Pálido Fuego es tomado de un pasaje de la obra de Shakespeare El timón de Atenas: "la Luna es una ladrona errante/ roba del Sol su pálido fuego". Una frase que normalmente se relaciona a la creatividad y la inspiración, pero en la que se puede ahondar ya que "robamos" la inspiración de las cosas que nos rodean, al igual que podemos decir que los escritores, tanto Nabókov como otros, se inspiran los unos en los otros y en sus precedentes. Podemos decir que los escritores "roban" de otros escritores, beben de lo anterior a ellos, de sus inspiraciones e ideas. Podemos decir que el sol es la literatura, y que la luna es el escritor que roba de él un poco de su fuego.
Se puede ir más allá y decir que Shade, como se ve en sus observaciones del mundo y todas sus digresiones, formaba parte de algo mucho más grande. Esas alusiones a la muerte, a la vida tras ella, la búsqueda de la verdad, saber cosas que uno no puede saber, querer más. Esas cosas que, como la fontana blanca, no era del todo capaz de comprender. Estamos todos en un universo de cosas que sí entendemos (o parece que entendemos) entre otras muchas que no. Podemos entender el sol como ese algo más grande del que todos formamos parte, mas no podemos ver más allá de su luz cegadora. Y Shade, al igual que todos nosotros, sólo percibe de ese sol su pálido fuego; al igual que de ese cuadro enorme, ese algo más grande que es la realidad y la vida en sí mismas, sólo se puede entender y tomar ciertas cosas, pero no todas.
Es cuando acaba el poema de John Shade que el libro da un giro desconcertante y radical que el lector no espera. Nos encontramos entonces con el extenso comentario de Charles Kinbote y vemos, de forma chocante y con cierta exasperación (al menos por la parte que me toca), cómo el académico amigo de Shade lejos de explicar o analizar pormenorizadamente el poema de su difunto vecino, se nos va por las ramas sin ningún tipo de vacilación.
Al principio su comportamiento resulta cuando menos curioso, pues empieza a relatarnos de forma completamente aleatoria e incoherente hechos y cosas de carácter trivial que nada que ver con el comentario que debería estar redactando, como la extensa descripción de su casa o sus historias sobre Zembla, su tierra natal. Poco tardamos en comprender que la actitud de este hombre frente al análisis del poema de Shade es todo menos académico y analítico, mucho menos crítico.
No me quiero extender demasiado en esta parte para no hacer demasiados spoilers, pero medida que avanza la novela iremos viendo el comportamiento obsesivo de Kinbote, que se cree así mismo la fuente de inspiración de Shade, y poco a poco Zembla irá adquiriendo peso hasta convertirse en el núcleo de todo comentario que Kinbote haga de ahora en adelante. Lo que empezó como leves pinceladas sobre el lugar del que era originario, pronto se convierte en una intrincada trama sobre el país que nos lleva a darnos cuenta que Kinbote ha convertido el comentario crítico en una fantasiosa autobiografía con bases no muy fidedignas.
La narración de la novela de Nabókov crea bastante controversia en cuanto a la fiabilidad del narrador, pues este hace dudar de todo cuanto se ha leído en la novela, cuestionándote qué es real y qué no lo es hasta este punto. Si tomamos el camino fácil, podemos suponer tal como nos dice la premisa de la novela, que Shade y Kinbote son dos personas diferentes y, como dice el argumento, que Shade escribió un poema que luego sería comentado (con muy poco rigor) por Kinbote. Pero, dado que la estabilidad mental de Charles Kinbote queda en entredicho por razones obvias, podríamos imaginar que sufre algún tipo de trastorno de la personalidad (trastorno de identidad disociativo o personalidad múltiple) y asumir también que él es el único narrador de Pálido Fuego y que Shade es sólo una invención de su mente, o al revés (aquí se abre la veda de los shadeans o kinboteans, y sí, existe esto, no es un team X vs. team Z que me acabo de inventar). Varias interpretaciones se pueden hacer sobre Kinbote, entre las que se le puede relacionar como un alter ego del personaje del profesor Botkin (entrando en esos juegos de palabras tan propios de Nabókov: Botkin/Kinbote, prácticamente un anagrama), al igual que también es Botkin un alter ego para Vladímir Nabókov. Entre tantas otras interpretaciones, lo que está claro es que el debate sigue hasta día de hoy.
"Pale Fire is full of plums that I keep hoping somebody will find. For instance, the nasty commentator is not an ex-King of Zembla nor is he professor Kinbote. He is professor Botkin, or Botkine, a Russian and a madman", Vladímir Nabókov.
(Traducción: "Pálido Fuego está lleno de ciruelas* que sigo esperando que alguien encuentre. Poer ejemplo, el desagradable comentarista no es el antiguo rey de Zembla ni es el profesor Kinbote. Es el profesor Botkin, o Botkine, un ruso y un loco". Si dejamos el significado literal a un lado, plums puede traducirse como algo parecido a un easter egg, guiños y pistas ocultas que ha dejado Nabókov en la historia)
Y quizá sea esa precisamente la esencia de la novela: no simplemente el hecho de confundir, sino de jugar con las múltiples posibilidades y las infinitas interpretaciones. En Pálido Fuego, Nabókov aúna exquisitamente esa esencia del género de la metaficción y de la novela posmoderna. Pálido Fuego representa perfectamente el género posmoderno del que bebe en cuanto a que no hay una objetividad intrínseca en los textos. Todos los textos son susceptibles de interpretación, cada cual elaborada en la mente de cada lector y condicionada por su propia experiencia, así como sus vivencias y pensamientos, incluso la forma de relacionarse con otras personas, y sobre todo su visión particular del mundo y la vida. Pálido Fuego ensalza esa característica de que los textos no pueden revelarnos, al menos no totalmente, ni tampoco completamente, la intención del autor. Es algo que la novela demuestra mediante John Shade, Charles Kinbote y el propio lector que se adentre en Pálido Fuego.
Tenemos el poema de Shade, algo que él escribió y por tanto, sólo él sabe qué es lo que realmente esconde. Luego tenemos a Kinbote, que mediante prólogo y extenso comentario (
Precisamente, algo del posmodernismo que vemos también en la novela es la concepción de la verdad no de una forma universal ni certera sino como una interpretación más. Al igual que Shade buscaba la verdad respecto a la vida después de la muerte, llegamos a la conclusión de que esta no es una sola, sino que puede ser objetiva, una cuestión de perspectivas. Es imposible saber la realidad de las cosas de una forma tangente, irrevocable y absoluta, sino que solo la percibimos según nos parece a nosotros.
Por eso, Pálido Fuego no es simplemente un "libro dentro de un libro", sino algo mucho más complejo. Es como un abanico de posibilidades e interpretaciones. Una amalgama de pensamientos, perspectivas e hipótesis.
En definitiva, nos encontramos ante una novela de una calidad literaria exquisita e indiscutible, a veces difícil de asimilar y con ninguna interpretación certera. Desde luego su lectura no es para nada amena ni mucho menos liviana, sino que se trata de uno de esos libros que retuercen tu mente y te hacen pensar incluso tiempo después de haberlo acabado. Aunque ha habido partes en las que me exasperaba
Ambientación: ☆☆☆☆ 4/5
Narración: ☆☆☆☆☆ 5/5
Estilo: ☆ ☆☆☆☆ 5/5
Trama: ☆ ☆ 2/5
Personajes: ☆☆☆ 3/5