Reseña: La chica del tren, de Paula Hawkins
¡Hola, daydreamers!
Paula Hawkins (26 de agosto de 1972) es una escritora británica nacida en Harare, Zimbabwe.
Hace una eternidad que me dije a mí misma que tenía que reseñar varios libros que tenía pendientes, pero han sido unas semanas complicadas y me ha costado bastante ponerme a la tarea. Hoy os traigo la primera reseña del blog, la de un best-seller bastante conocido que ya cuenta con una futura adaptación cinematográfica: La chica del Tren.
Paula Hawkins (26 de agosto de 1972) es una escritora británica nacida en Harare, Zimbabwe.
Se trasladó a Londres cuando tenía 17 años y más tarde estudió Filosofía, Política y Economía en la Universidad de Oxford. Trabajó como periodista para The Times, en la sección de economía y más tarde para varias publicaciones como autónoma. Es autora de The Money Goddess, un libro de asesoramiento financiero para mujeres, y de varias novelas románticas bajo el seudónimo Amy Silver.
En 2015 publicó La chica del tren, novela que supuso un gran éxito comercial y de la cual DreamWorks ha adquirido los derechos para su adaptación cinematográfica.
En 2015 publicó La chica del tren, novela que supuso un gran éxito comercial y de la cual DreamWorks ha adquirido los derechos para su adaptación cinematográfica.
FICHA TÉCNICA
Titulo: La chica del Tren.
Serie: novela autoconclusiva.
Autora: Paula Hawkins.
Editorial: Planeta.
Encuadernación: tapa dura con sobrecubierta.
Nº de páginas: 496.
ISBN: 9788408141471.
Lee los primeros capítulos aquí.
La vida de Rachel se derrumba. Abandonada por Tom, está sin trabajo, vive en casa de una amiga y sólo encuentra el consuelo en el alcohol... y en tomar, de lunes a viernes, el tren de las 8.04 h con destino a Londres.
Para ver, ¿qué? Cada mañana lo mismo: el mismo paisaje, las mismas casas… y la misma parada en la señal roja. Son solo unos segundos, pero suficientes para observar a una pareja desayunando tranquilamente en su terraza. Siente que los conoce y hasta se inventa unos nombres para ellos: Jess y Jason. Su vida es perfecta, no como la suya. Pero un día ve algo. Sucede muy deprisa, pero es suficiente.
¿Y si Jess y Jason no son tan felices como ella cree? ¿Y si nada es lo que parece y no son tan felices como ella cree? Tú no la conoces. Ella a ti, sí.
Para ver, ¿qué? Cada mañana lo mismo: el mismo paisaje, las mismas casas… y la misma parada en la señal roja. Son solo unos segundos, pero suficientes para observar a una pareja desayunando tranquilamente en su terraza. Siente que los conoce y hasta se inventa unos nombres para ellos: Jess y Jason. Su vida es perfecta, no como la suya. Pero un día ve algo. Sucede muy deprisa, pero es suficiente.
¿Y si Jess y Jason no son tan felices como ella cree? ¿Y si nada es lo que parece y no son tan felices como ella cree? Tú no la conoces. Ella a ti, sí.
Las dos primeras páginas del libro sí que lo hacen, pues si algo ha sabido hacer Paula Hawkins es usar la curiosidad humana a su favor, y revelarnos dos futuros fragmentos de la historia que todavía no somos capaces de encajar en ningún lugar, y que nos prometen misterio y muerte. Dos ingredientes fundamentales en la novela negra que, del modo en que están presentados al principio, no hacen sino acrecentar las ganas de sumergirse en la historia. Esos dos fragmentos son el aliciente que te prepara para la lluvia de páginas de escasa emoción que se te vienen encima.
Y es que a partir de esos prometedores fragmentos, todo decae.
Siempre he sido defensora de no juzgar a un libro por su ritmo, y jamás he dejado de leer o me ha dejado de gustar un libro por un ritmo pausado o introductorio. Esa es una de las razones por las que seguí leyendo La chica del Tren, a pesar de que por más y más que avanzaba, seguía anclada a la misma repetición de elementos y a la misma ausencia de eventos. No solo es que el ritmo sea lento, sino que es tedioso y algunas veces hasta insoportable. La acción de la historia es casi inexistente
Pero no pasa nada. Los dos fragmentos están ahí, pienso, en un desesperado intento por convencerme de que en algún momento empezará a tomar forma y a coger carrerilla. Pero no lo hace.
Con todo el apogeo y buenas habladurías en torno al libro —y que ahora me parece más marketing que otra cosa—, recalcando lo diferente que era y haciendo ahínco en el misterio y tensión de la trama, creía que iba a encontrarme con algo más original de a lo que estamos acostumbrados a leer (algo parecido a lo que consiguió Perdida, de Gyliann Flynn). Tal vez es culpa mía por crearme esas expectativas, pero La chica del Tren no me ha movido un pelo. Si había un aura de misterio que debía atraparme ha sido tan sutil que ni me he enterado.
No creo que exista ningún tipo de tensión narrativa en la historia, mucho menos el suspense o terror psicológico que se nos vendía. La trama así como su tratamiento, el cómo se desencadena, y la evolución que sigue hasta su más que predecible desenlace es bastante común. Nada que no pueda leerse en cualquiera de las novelas negras que te salen si le das una patada a una piedra.
Y quizá en el hecho de su argumento trillado está también la causa de su predictibilidad. Y es que si algo me ha parecido La chica del Tren, es predecible. De nada sirve el uso del narrador inestable en el que no se puede confiar, o incluso la ocultación de información: la verdad está a la vista si sabes dónde mirar. A lo mejor tengo el don de la videncia y no me he enterado, pero mis sospechas no eran infundadas y no me ha sorprendido prácticamente nada de lo que la historia relataba, desembocando justo en lo que había teorizado. Ya hacia la mitad del libro, más que intentar descubrir su final, lo que más me interesaba era saber si Rachel iba a dejar de beber y emborracharse alguna vez.
Lo único que ha conseguido sorprenderme y que no hubiera imaginado es una revelación que cierto personaje hace a otro personaje bastante avanzados en el libro. Pero si bien este dato es decisivo en ciertos aspectos concernientes a las motivaciones de un personaje en concreto, no es un hecho que tenga demasiado peso, por no decir que es irrelevante en cuanto a la trama se refiere.
Todo esto se haría mucho más llevadero si La chica del Tren contase con unos personajes bien construidos que pudiesen disfrutarse a la hora de leer, pero ni siquiera en eso podemos decir que acierte.
La historia nos es relatada a través de las voces de tres mujeres: Rachel, Anna y Megan. Sólo de ellas os hablaré en esta reseña, pues la trama como ya os he dicho no tiene demasiado contenido y cualquier mención a otros personajes o su aportación a la historia podría ser demasiado reveladora.
Empecemos por una de las principales razones por las que el libro me ha resultado tan pesado. Una razón que tiene nombre y apellido propio: Rachel Watson.
Todos sabemos la gran diferencia que puede marcar una protagonista en una historia. A veces, una buena protagonista puede compensar la flaqueza de una trama o aportar interés a una historia que carece de él. No va a arreglar por completo las cosas ni convertirá un libro malo en un libro bueno, pero otorga equilibrio al conjunto general.
Por el contrario, en La chica del Tren nos encontramos con una protagonista sin fuerza, plana y poco apática a mi parecer. Rachel Watson se nos presenta como una mujer joven que sobrepasa poco más de la treintena. Su matrimonio con Tom, del que sigue profundamente enamorada, se fue al traste debido a diferencias irreconciliables entre ambos. Ahora él está con la mujer por la que la dejó, viviendo en su antigua casa y criando juntos a su primera hija, mientras que Rachel ha perdido su trabajo y la alegría de la vida. Incapaz de superar su pasado, la joven se abandona por completo, ahogando sus penas en una ingente cantidad de alcohol, y tratando de recuperar a su ex-marido aunque ello implique el
Yo no me considero quién para decir que se debe hacer y qué no en la vida cuando recibimos un golpe, pero la actitud de Rachel ante los problemas y su poca capacidad de adaptación y superación me han sacado de mis casillas. Todos tenemos nuestras debilidades y momentos de vulnerabilidad, y yo soy la primera que defiende el derecho a ellos cuando estemos sobrepasados por la situación, pero no me gustan las personas que abandonan toda esperanza y se vienen abajo, sin intentar luchar. Y eso es lo que me ha parecido Rachel todo el tiempo.
Una mujer que ha hecho de Tom el centro de su mundo, incapaz de dirigir su propia vida o darse algún valor a sí misma, y con una actitud pasiva/reactiva (en el mal sentido) la mayor parte del libro. Todos los días, a pesar de haber perdido su trabajo hace mucho, Rachel coge el mismo tren de ida y vuelta sólo por aparentar lo que una vez fue y ya no es. Ese tren es lo único que le queda de su vida sobre lo que aún tiene control.
Aguantarla como principal narradora me ha resultado tremendamente difícil, puesto que cada vez que leía un capítulo narrado por ella me sumía en una especie de letargo; solo leer su prosa hacía que me hundiera en la miseria, lo cual al menos sirve de punto a favor de la ambientación. Quizá suene exagerado, pero a veces conseguía que la energía abandonara mi cuerpo.
Anna Watson, otra de las narradoras de la historia, es la actual esposa de Tom y madre de su hija, Evie. El personaje de Anna puede despertar emociones encontradas —y eso es lo único que despertará—, pues algunas veces puede llegar a caerte bien y en otras caerte fatal. Esto se debe a que Anna, aunque más soportable que Rachel, no empatiza con el resto de la gente ni intenta comprenderlos, además de tener una devoción y clara dependencia de su marido. Su papel es muy común y no demasiado sobresaliente, tanto que incluso resulta más atrayente el cómo se la definía en el pasado antes de que empezaran los hechos de la novela.
Megan Hipwell —también conocida como Jess— se nos presenta como la única esperanza de un personaje más interesante que el resto. Nos encontramos con una mujer perseguida por su pasado que es incapaz de reconciliarse consigo misma, alguien que piensa que el amor y todo lo que tiene en la vida ahora no es suficiente para llenar todos los huecos que hay en su interior, ni para tapar todas y cada una de las mala decisiones que ha tomado en la vida. Aunque es, de lejos, más compleja que Rachel y Anna, Megan no deja de ser el estereotipo de la mujer atormentada que acostumbramos a ver en libros, series y películas.
Pero al contrario que las personas que han sufrido en su pasado los duros reveses de la vida, Megan no siempre actúa en consecuencia a ellos y no hace gala de una madurez que hubiera de ser propia no sólo para su edad, sino por sus vivencias. Por supuesto, yo sólo soy una muchacha que apenas sobrepasa las dos décadas, pero veo en ella ciertos comportamientos que carecen de coherencia alguna. Sus acciones y manera de ver las cosas a veces te lleva a preguntarte por qué hace lo que hace en algunas ocasiones, pues sabiendo lo que sabemos cuando leemos el libro, no tienen lógica.
Megan tenía el potencial para convertirse en un buen personaje si se la hubiese dotado de suficiente fuerza, pero la suya flaquea bastante al no luchar y someterse a la influencia masculina de su pasado y su alrededor.
No quiero recaer en charlas feministas, pero considero que en este libro poca justicia o favor se le hace al papel de la mujer. Los papeles femeninos que encontramos —Rachel, Megan, Anna— son poco proactivos la mayor parte del tiempo, dejando que los hombres que les importan siempre tengan un poder decisivo sobre ellas, a veces consiguiendo que pierdan toda la credibilidad o identidad propia que su personalidad pueda aportarles.
Como ya he dicho, me abstengo de alusiones a otros personajes, que aunque algo más perfilados e interesantes que el de Rachel, también han pasado sin pena ni gloria dada su poca complejidad y una profundidad que no se les ha logrado dar.
Pero no todo es malo, por supuesto, que ya me sabe mal darle semejante paliza a un libro en mi primera reseña. Como siempre digo, “ni el más malo de los libros es enteramente malo”.
Uno de los mayores puntos a favor que destaco es la decisión de narrar el libro en tres perspectivas diferentes. Es una de las cosas que más me gusta en un libro, la multiplicidad de puntos de vista. Aunque las tres protagonistas no me cayeran especialmente bien, el poder escuchar la historia a través de tres mujeres completamente distintas entre sí es un gran acierto. El cambio de voz dota a la narración algo más de liviandad y frescura, algo que se agradece cuando el peso argumentativo se vuelve muy denso, pero sobre todo porque son bastantes las veces que uno quiere —necesita— escapar de la cabeza de Rachel.
Otra de las cosas que hace bien La chica del Tren es atar cabos. No es que nos encontremos ante una compleja historia donde esto sea particularmente complicado de hacer, pero siempre es bueno que un libro tenga coherencia en la evolución y desarrollo de la trama, y que hilvane adecuadamente cada uno de sus elementos, de principio a fin. No es una obra maestra, no es un puzzle complejo de 3000 piezas; pero es un puzzle bien montado con la piezas en su sitio.
En definitiva, La chica del Tren es un libro de suspense de corte clásico, por decirlo de algún modo, bastante común y predecible; más ensalzado por su increíble promoción que por la calidad de su contenido. Una novela negra más, que puede entusiasmarte si no has leído mucho del género o si lo que buscas es una lectura sin demasiadas pretensiones. No te marques expectativas y caigas en el error de creer, como muchos, que best-seller es sinónimo de best-book-ever.
Ambientación: ☆☆☆ 3/5
Narración: ☆☆☆ 3/5
Estilo: ☆ 1/5
Trama: ☆ 1/5
Personajes: ☆ 1/5
PD: tendré que esperar a que salga la película, producida por DreamWorks y que estará protagonizada por Emily Blunt (amor a Emily <3POR QUÉ TE HAN ESCOGIDO COMO RACHEL), para ver si consigue gustarme más que el libro.